Yo soy y aquí estoy. Es el comienzo; es mi tiempo.

«Nacida en las tierras del Amanecer Blanco, fui repudiada por mi padre tempranamente. Lo que nunca llegó a demostrarse, pero bastó para que mi madre, Ethanäel, se ganara lo que, más tarde, he llegado a identificar como el más profundo desprecio y rencor, fue una infidelidad, grave falta en mi región, que le hizo colgarse una etiqueta de vergüenza a ojos de los que, por aquel entonces, eran nuestros vecinos y amigos. Sin embargo, él nunca supo mostrar evidencias de tal acto, no hubo prueba alguna. Sea como fuere, se marchó de la ciudad, Llanten Mediano, hija menor (a pesar de su nombre) y mimada de los Sabios Gobernantes, centro de Artes y Ciencias de la provincia.

 Lo que descubrí, a medida que crecí y conocí nuestra historia, la de mi familia, fue que el pasado, presente y pretendido futuro de mi padre atentaba contra lo que se entendía como correcto, alejándose de lo moral en función de sus propios intereses. Prostituyó su palabra y a sí mismo con el único fin de mantener y ver crecer a su prole, a toda su prole.

El único “error” de mi madre fue tener una fertilidad limitada, siendo yo, Garäina Reynaud, la primera y única hija que pudo tener. La solución de mi padre ante esta situación, fue buscar otros cálices dispuestos a someterse a un polen poco digno.

Cuando fue descubierto por mi madre, evitó el enfrentamiento directo. La Guardia Blanca fue informada del “Acto Infiel del que era protagonista Ethanäel, esperando un hijo ilegítimo y espurio, que habría de ser detenido junto a su esposa y castigados ambos como corresponde, según la Ley de Desposorio”, tal y como recitó el juez, y citado como palabras literales de mi padre.

Dicha ley fue dictada por una iglesia en decadencia, pero aún poderosa y con potestad de jurisdicción. Ni entonces, ni aún hoy, años después, existe nadie que posea el valor suficiente para contradecir sus dictámenes y sentencias.

Mi madre fue despreciada, desatendida a pesar de su gravidez, humillada públicamente y sometida a diversas vejaciones, según dictaban las Normas Canónicas (supuestamente) Valaritas, determinadas por los Hijos del Único. Todo ello bajo la mirada de desdén y la sonrisa de suficiencia en el rostro de mi padre; todo había salido según lo planeado, manteniendo su honor en alza y, por supuesto, tirando del hilo de la compasión de los vecinos y, sobre todo, las vecinas del lugar, facilitando lo que había convertido en “su misión”.

Mi madre, aun en su estado, se vio en la necesidad de huir de Llanten. Más que el maltrato al que había sido sometida, temía lo que ocurriría cuando su descendencia llegara al mundo. Incluso, me ha confesado en alguna ocasión, temía por la honradez y buen hacer del Sanador y, como consecuencia, por mi vida.

Nací en Mezereon Daphne, pequeña aldea agrícola, a kilómetros suficientes para que su reputación infundada no le precediera.

Sana y fuerte, allí crecí, siendo alumna voluntaria en cuanto podía y desarrollando una voluntad, valores y moral imperturbable, gracias a la total dedicación de mi madre a mi educación.

Con diecinueve años humanos, poco para los de mi raza, conocí la historia que os cuento. Nunca intentó inculcarme odio hacia aquel hombre que, decía, formaba parte de nosotras, irremediablemente. No hizo falta; el odio creció de manera progresiva según avanzaba la historia hasta convertirse en un dolor punzante, como una rama de jujubo común atravesándome el pecho.

Y ello me trae aquí. Por lo descrito y otras ofensas que no merecen ser recordadas, decidí recuperar el honor de mi madre, mi única familia, destruyendo al causante de su pérdida.

Así, versada en Artes Blancas y en el Poder de los Elementos, decidí saborear la venganza de una vida de penurias. Decidí, en definitiva, que mataría a mi padre.

Garäina Reynaud, protagonista de tu infierno.»

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