¡¡Mandaré al diablo todo consuelo metafísico!!

Cuando el desastre devuelve al hombre al caos del que procede, todo ese civilizado barniz salta en pedazos y otra vez es lo que era, o lo que ha sido siempre: un riguroso hijo de puta.

Arturo Pérez-Reverte

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Hola, me llamo Âkil y tengo 9 años. Hace un par de días vinieron dos señores a casa que parecían ser señores importantes, porque mi papá me cogió rápido en brazos y me metió en el cuarto de Bibí, la señora que ayuda a mamá, y luego fue a abrir la puerta.
Hablaron durante mucho rato. Los señores, incluso, gritaban. Yo quería salir, pero Bibí me agarraba mientras cubría con su mano mi boca. Olía a incienso… ¿había estado rezando otra vez? ¿Por qué rezan tanto los mayores?

Más tarde, se oyó la puerta para salir de casa y Bibí y yo salimos de la habitación, creyendo que ya se habían ido. ¡Menudo fallo…!

Los señores cogieron a Bibí del brazo. Ella lloraba mucho y papá sólo miraba.
– ¡Papá, haz algo! ¡Los señores tontos le hacen daño!

Mi mamá me agarró y me tapó la boca, pero uno de los señores me había oído. Se acercó poniendo una cara fea, sonriendo con una boca asquerosa a la que no pude mirar demasiado porque no quería vomitar. Con su mano, enorme, empujó a mi mamá. Yo me enfadé y le empujé todo lo fuerte que pude, aunque apenas lo notó. Con sus manos agarró mi cabeza y me levantó dos palmos del suelo. Se acercó tanto al hablarme que ya no pude contenerme más, ¡aunque debería haberlo hecho!
Comencé a patalear y a gritar, intentando que me soltara. Alejar mi cara de ese apestoso aliento que me cubría cada vez más.

Se ofendió.

Me tiró al suelo y me hice daño en el brazo. La cara que ponían los señores hizo que tuviera que torcer la cara, me daba vergüenza ser un chico tan frágil; tan flojito…

– Mañana volveremos y terminaremos con ésto.

Y, claro que volvieron. Y, la verdad, todo pasó tan igual al día anterior… ¡que me pareció estar recordándolo y no viviéndolo! La diferencia fue que esta vez el señor no me soltó. No, señor. Me agarró, si cabe, con más fuerza, haciéndo rechinar mis dientes del dolor.

Acabé subido en su hombro, con una cinta atada en la boca para que no gritara. Todo ocurrió tan  rápido… Ni siquiera pude coger a Mumü, mi osito. Ahora estará sólo, en algún lugar de la casa…

Continuará…
(¡Qué bien suena la palabreja! xD)

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